Publiqué "SOBRE HEROES Y TUMBAS" en el año 1961, en el que escribí la tragedia finaldel, General Juan Lavalle, su decisión de tomar Buenos Aires, después de organizar en Montevideo el plan de derrocamiento de Dorrego. Se han escrito muchí-simas páginas de historia sobre aquel desdichado acontecimiento, una de las tantas consecuencia de las luchas entre federales y unitarios. Cuando decidí tomarlo para mi novela, no era, en modo alguno el deseo de exaltar a Lavalle, ni de justificar el fusilamiento de otro gran pátriota como fue Dorrego, sino el de lograr mediante el lenguaje poético lo que jamás se logra mediante documentos de partidarios y enemigos; intentar penetrar en ese corazón que alberga el amor y el odio, las grandes pasiones y las infinitas contradicciones del ser humano en todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra mediante lo que debe llamarse poesía, no en el estrecho y equivocado sentido que se le da en nuestro tiempo a esa palabra, sino en su más profundo y primigenio significado.
Grandes trágicos de todos los tiempos han tomado figuras históricas pienso en Shakespeare, en Schiller, y entantos otros - para darnos sus versiones personales mediante el arte: En mi humilde condición sentí la necesidad de hacer algo de eso que aquéllos lograron, investigando todo lo que pude, hasta la correspondencia privada del General Lavalle, pero luego dejaría que mi imaginacion y esa oscura inspiración que según los griegos era lo único que permite alcanzar la obra de arte, me condujeran, casi diria me arrastraran, hacia aquel trágico episodio del Coronel Dorrego, a quien, sin duda, su antiguo camarada de armas en las luchas por la Independencia admiraba y por el que - palabras de una carta de Lavalle a su mujer después del fusilamiento y en días y meses de desconsuelo - "porque tenía inclinación por Manuel", palabra hermosa que me recordaba mi infancia en el pueblo de Rojas, donde aún se usaba, como en toda nuestra campaña. Cuando salió la novela, varios amigos me sugirieron la posibilidad de hacer una obra musi-cal con el texto, quizá una suerte de oratorio, pero mi hijo Jorge Federico, apoyado por otros amigos, me dijo que sería mejor hacerlo con un músico folklorico de extraordinaria calidad musical: EDUARDO FALU, quién aceptó entusiasmado apenas le dí el texto. Y así, hace ya casi treinta años, en pocas y febriles jornadas de trabajo, hicimos esto que ahora sale en una nueva edición. No había por entonces ningún precedente, circunstancia que más bien me inclinaba al pesimismo, al que soy tan propenso.No se trataba de hacer algo tan fuera de lugar como una iglesia gótica en el siglo XX, sino algo que en cierto modo se justificaba, por la perduración del romancero castellano en el folklore vivo de nuestros pueblos. La tentativa, pués, era peligrosa, peró fascinante, y terminó por animarme el generoso entusiasmo de mi compañero de aventura. Así nos pusimos a la tarea. Pero, qué forma poética emplear?. Luego de algunos ensayos con versos de 16 sílabas, comprendí que por ese camino ibamos a Ilegar a una especie de imitación de aquellos cantares del medioe_ vo.Y entonces decidí mante-ner la prosa épico-lírica del correspondiente fragmento de la novela, introduciendo las coplas del tipo aún viviente en el folklore de estos países. Algunas de esas coplas, como las que rememoran el fusilamiento de Dorrego, las tomé directamente; otras, la mayoría las compuse yo mismo,
respetando el espíritu que las caracteriza. De este modo traté de insertar nuestro romance en la gran tradición, adecuándolo sin embargo a la sensibilidad de nuestro tiempo, evitando un lenguaje arqueológico, ya que sólo podemos emocionar mediante la lengua que vivimos. De ahí que no haya vacilado en un anacronismo como "tachito".
La experiencia nos dió enormes satisfacciones. Y la prueba que era algo esencialmente legítimo es que prendió en el espíritu de -las gentes, hasta el punto - que mucho nos alegró - que otros artistas hayan compuesto obras en la misma línea.
Debo decir , finalmente, que mi idea no habría alcanzado ese valor si no hubiera tenido .la ventu-ra de encontrar un artista de la sensibilidad, imaginación y virtuosismo de Eduardo Falú. Una vez más, en esta definitiva versión -porque no tendré ya otra posibilidad - le quiero expresar no solo mi admiración, sino su infinita paciencia para soportarme en esta empresa.
Ernesto Sábato,
Santos Lugares,
agosto de 1993.