Homenaje a Ernesto Guevara

Ernesto Guevara no ha muerto por una simple elevación del nivel de vida material en los pueblos miserables. Para mí, y creo que para muchos, en realidad para millones de hombres y sobre todo de muchachos que han llorado su fin, murió por un ideal infinitamente más valioso, por el ideal de un Nuevo Hombre. Lo que supone, claro, la lucha contra la miseria de los pueblos oprimidos; pero que en última y hasta quizá en primera instancia implica una nueva forma de convivencia, una Comunidad en que no sólo los bienes materiales estén asegurados para todos los seres humanos, sino una Comunidad que sea precisamente eso: una comunión, un entrañable vínculo de hombres libres, una colaboración de personas dignas. No un conglomerado de máquinas y seres numerados No una nueva sociedad que, aunque precedida de una cruenta revolución, termine por ofrecernos una especie de Norteamérica al revés, sin la hegemonía de los trusts capitalistas pero dominada por los instrumentos todopoderosos de una dictadura burocrática, tan deshumanizadora como aquellos. En suma, pienso que combatió y murió por una convivencia en que los hombres sean verdaderos seres humanos, con la altísima dignidad que les corresponde, rescatados por fin no sólo de la alienación económica provocada por regímenes explotadores, sino también de esa otra alienación, más sutil y tremenda, porque es capaz de perdurar más allá de una equivocada revolución social que es la alienación científica, la que esta conduciendo el mundo a una monstruosa maquinaria de robots.
Guevara habría negado con energía esta conclusión, en nombre de su materialismo dialéctico, pero esa negativa carecería de importancia histórica y filosófica, porque lo que nos dice la razón es menos válido, en lo relativo a las actitudes del hombre, que lo que instintiva pero, potentemente nos sugieren aquellas razones que Pascal llamaba del corazón. Ni él como estudiante se lanzó a la lucha por la justicia y la dignidad después de estudiar El Capital ni de convencerse de la validez de los postulados del marxismo, ni los millones de jóvenes que en este mundo angustiado siguen sus huellas y colocan su retrato a la cabecera de sus camás lo siguen con fervor porque se hayan persuadido de la verdad del materialismo dialéctico. La revuelta de la mayor parte de esos mismos jóvenes contra el burdo materialismo de la sociedad soviética, que al fin de cuentas es una ortodoxa consecuencia del marxismo, prueba que lo que está en juego es algo más; profundo y valedero que esos famosos factores económicos y que esa sobrevaloracion de la ciencia y de la técnica que padece la doctrina.
Y que precisamente esa mentalidad de la eficacia y de la técnica ha ganado el alma de muchos revolucionarios (acaso porque no se puede luchar duramente contra un adversario poderoso sin terminar por parecérsele) se lo ha advertido en ciertas críticas a Guevara. Los comunistas que lo abandonaron en la trágica lucha final le reprocharon su aventurerismo, su carencia de un sentido realista, su romanticismo anárquico. Sí, es probable que encerrado en alguna oficina remota y segura, enviando ordenes por correo o por radio, hubiese sido más eficaz a los ojos de estos científicos de la revolución. Pero sin duda que no habría sido tan eficaz como de este otro modo, romántico y heroico, muriendo a la cabeza de un pequeño pelotón perdido, luchando hasta el último aliento y hasta la última bala de su carabina. Contra la mentalidad de las planillas y los archivos, de los escritorios y los dictáfonos, reivindicó con su vida el sacrificio y la soledad. El Guevara que esos técnicos reclamaban habría vivido algunos años más; el que murió a la cabeza de su grupo de camaradas tendrá en cambio la perduración de las banderas, la eternidad de los símbolos.
Porque su muerte tiene eso: el valor de un símbolo. Y en esta sociedad racionalizada que desechó, olvidó y menospreció los símbolos, en esta sociedad en que la eficacia y la técnica han pasado a ser más valiosas que el fervor y el sacrificio, puede achacarse a Guevara, en efecto, un romanticismo alocado. Pero es precisamente ese romanticismo, es justamente esa imagen heroica Y solitaria la que despierta la esperanza y el coraje y la fe en millones, de jóvenes generosos en los cuatro confines de la tierra.
Dejemos a los norteamericanos hablar de eficacia. Dejemos a McNamara hablar del Vietnam en términos de empresario, calculando el costo en dólares de cada vietcong muerto por su patria. Desde su estólido punto de vista es coherente, ya que al fin de cuentas forma parte de ese paradigma de una civilización cuantitativa que es su país. Pero los heroicos vietnamitas no funcionan en esa aritmética, y prueban con su holocausto que los valores humanos son cualitativos, que la fe es más fuerte que el número de cañones; que la esperanza es más poderosa que la ambición de los mercaderes; que la dignidad es más resistente que el sórdido y sangriento empecinamiento de los empresarios.
Así, pues, y cualesquiera hayan sido sus propias ilusiones o teorías sobre la preeminencia de los factores económicos en la historia, creo que la lucha del Guevara contra los Estados Unidos ha sido la lucha del Espíritu contra la Materia. Y que del mismo modo que en el siglo pasado grandes pensadores creían desentrañar fríamente las causas materiales de la injusticia en vastos tratados, pero que en rigor levantaban a los hombres generosos por su ardiente sed reivindicatoria, por ese fervor con que en sus páginas añoran las virtudes de una sociedad caballeresca arrasada por los mercachifles; así también en nuestro dolorido tiempo un muchacho que personalmente nada necesitaba, alguien que había nacido como aquellos pensadores, en el seno de una familia privilegiada, se lanzó a la lucha movido por ideales románticos, y, aunque preocupado por las cifras de la producción, en un momento crítico de la economía cubana, se negó a fomentar la producción mediante premios materiales, sosteniendo que era menester cambiar la mentalidad de la mása para llegar al hombre nuevo que la revolución anhelaba, apelando únicamente al entusiasmo revolucionario, al patriotismo, al esfuerzo desinteresado y a la fe que mueve las montañas. Puede argüirse -y seguramente así se dijo- que esas ideas no son sensatas. Pero, ¿quién ha probado que sea la sensatez la que mueve las montañas? Tal vez vencido por una realidad que no aceptó, prefirió irse de su amada isla, dejando allá su mujer, sus hijos pequeños, sus compañeros de combate de la Sierra Maestra: "los seres que yo amo", como él mismo lo dijo en la dolorosa carta de despedida. Y en la carta que envía a sus padres en la Argentina, entre palabras tiernamente humorísticas que, con su habitual pudor, atenuaban sus grandes principios, escribe: "Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante; vuelvo al camino con la adarga al brazo." He ahí su ideal escondido, dicho como al pasar y en broma: Don Quijote. El hombre puro de corazón, lanza en ristre y coraje invencible, no sólo para enfrentar a la mediocridad de los acomodados y razonables, pronto a luchar en medio de risotadas por los desamparados, por los humillados y ofendidos. El ideal de un caballero español, reencarnado ahora en un hombre que antes que nada era justamente eso: un hidalgo pobre de una raza inmortal, un joven, enfermo y generoso hidalgo dispuesto a enfrentar a los poderosos y mezquinos. Un hombre tan loco en su generosidad que finalmente logra arrancar la adhesión y hasta las lágrimas de un materialista y sórdido sirviente.
He ahí, pues, la segunda salida del valeroso Don Quijote, salida que lo llevará a uno de los peores infiernos del mundo, en momentos en que hubiera podido disfrutar los halagos de una posición oficial. Vuelve a dejar todo atrás, como en su mocedad había abandonado las comodidades de una familia burguesa. En virtud de esa paradoja histórica -tantas veces olvidada con injusticia- que ha producido grandes revolucionarios, acaso los mejores, entre las filas de las clases privilegiadas: desde príncipes como Kropotkin hasta burgueses como Marx y Engels.
Ya lo tenemos luchando de nuevo en medio de la selva, minado por su asma, muchas veces debiendo ser ayudado por sus compañeros, o agobiado por la enfermedad sobre su mula: pero estoico e invencible. Días, semanas, meses infinitos de penurias y sobresaltos, y finalmente de implacable persecución. Ahora podemos reconstruir sus días finales, el término de su Vía Crucis. También tuvo que haber un Judas, y ese Judas se llamó Antonio Rodríguez Flores. Rendido a las fuerzas bolivianas, dio las exactas indicaciones para encontrar a Guevara. El 7 de octubre, víspera de la captura, el New York Times daba una descripción de los lugares: "La tierra y las picaduras transforman aquí la piel de cualquier ser humano en un manto de miseria. La vegetación inextricable, seca y cubierta de espinas hace casi imposible todo desplazamiento, si no es por los senderos y por el lecho de los arroyos que están estrechamente vigilados. De acuerdo con los informes militares, el comandante cubano y sus dieciséis camaradas están rodeados desde hace un par de semanas. Los militares afirman que el comandante no saldrá vivo."
El teniente Prado hizo más tarde el siguiente relato a los periodistas: "El 8 de octubre, a las 6 de la mañana, el grupo había sido localizado. El primer pelotón enfrentó a los rebeldes y dos soldados fueron muertos. Nos desplegamos de modo de cercar a los guerrilleros y en seguida nos lanzamos al asalto El primer rebelde que vimos era Willy, seguido por el que más tarde identificamos como el Che. De inmediato abrimos el fuego, hiriendo al Che en las piernas con la ametralladora. Willy y los otros intentaron entonces arrastrarlo, mientras el combate proseguía. Una ráfaga de balas de los rangers voló el birrete del comandante, hiriéndolo en las piernas y en el tórax Mientras sus compañeros los cubrían, Willy logró conducir a su jefe hasta la colina, donde había otros cuatro rangers. Sin aliento por el esfuerzo, Willy llegó hasta lo alto con el cuerpo de su jefe sobre sus espaldas. Y cuando se detuvo para reponer sus fuerzas y para cuidar a Guevara, los soldados emboscados le dieron orden de rendición. Antes que ellos pudieran tirar, los soldados, de una ráfaga, los acribillaron de balas... Luego se llegaron hasta ellos. El Che tenía graves heridas y el asma le impedía respirar." El combate terminando y una vez que los cuerpos de los soldados caídos fueron evacuados, el teniente Prado ordenó el transporte de Guevara hasta un lugar en que fuese posible el aterrizaje del helicóptero. El estado del guerrillero empeoraba, mientras fue transportado hasta Higueras.
El soldado Giménez, que vio interrogar a Guevara, hizo el siguiente relato: "Fue el Coronel Selnich el que más habló con el Che. Tanto nosotros, los soldados heridos, como Guevara estábamos en un hangar. Pero él estaba en el otro extremo y no entendíamos bien lo que decían, aunque oíamos claramente al coronel, porque gritaba. Hablaron de América. El coronel estuvo mucho tiempo con Guevara, dos horas o quizá más. Discutían a propósito de algo que el coronel quería averiguar y que el Che se negaba a decir. Y entonces, en un momento, Guevara dio un bofetón al coronel con su mano derecha. El coronel se levantó y se fue... Luego, el mayor Guzmán quiso transportar a Guevara en el helicóptero, pero el coronel se opuso y partimos nosotros solos."
El teniente a cargo de Guevara cuenta entonces que apenas el helicóptero hubo partido con los soldados heridos y muertos, empezó, a anochecer, mientras los dolores del guerrillero iban en aumento. "Me siento muy mal. Le ruego me haga algo para atenuar el dolor" le dijo entonces al teniente, quien le proporcionó algunos cuidados de primera urgencia, bajo la dirección del propio Guevara, que le decía: "Ahí, en el pecho por favor." Y luego pasó la noche entera quejándose.
El lunes siguiente la revista Time escribió: "Informados de la captura de Guevara, los dirigentes reunidos en La Paz discutieron qué debía hacerse con él, hasta que partió para Higueras la orden de ejecutarlo. Fue abatido dos horas más tarde."
Así concluyó la vida del comandante Guevara. Indefenso después de sufrir interminables horas; con muchas balas en su cuerpo enfermo, sin médico, con el asma que agravaba de modo insoportable su dolor. Hubo un latinoamericano suficientemente cobarde para acercarse hasta ese cuerpo doliente, con el suficiente coraje para sacar su pistola delante de sus ojos, dirigirla al corazón y disparar ese balazo miserablemente histórico.
Nunca sabremos; ya lo que dijo Ernesto Guevara en esos momentos, pero podernos imaginar que su mirada fue muy triste. No por su esperada muerte sino por serle dada de tal modo y por un boliviano; no por un ranger de los Estados Unidos sino por alguien que de algún modo era su propio hermano. No, no era por su esperada muerte, que él mismo había previsto en su último mensaje. No, no podía ser la tristeza por su muerte, esa muerte propia de que habló un gran poeta, la misma que tuvo Saint-Exupéry en su vuelo hacia lo desconocido. ¡Qué muerte más hermosa para una vida tan conmovedora! Muerte que servirá de bandera y que levantará el ánimo de los vacilantes, como lo prueban las palabras de Debray, al conocerla: "Soy culpable del delito de intención, pues habría querido luchar en medio de ellos, habría deseado morir al lado de Guevara." Bandera y símbolo para esos millones de "condenados del mundo" de que habla la canción de los desposeídos, esperanza y símbolo dondequiera haya hombres que sufran por la pobreza, la humillación y la ofensa de los poderosos. Inmortal símbolo de coraje, amor, generosidad, justicia y dignidad para la criatura humana.


Universidad de París, noviembre de 1967.