La tumba del hombre-cosa
La masificación suprime los deseos indivduales, porque
el Superestado necesita hombres-cosas intercambiables, como repuestos de
una maquinaria. Y, en el mejor de los casos, permitirá los deseos
colectivizados, la masificación de los instintos: construirá
gigantescos estadios y hará volcar semanalmente los instintos de
la masa en un solo haz, con sincrónica regularidad. Mediante el
periodismo, la radio, el cine y los deportes colectivos, el pueblo embotado
por la rutina podrá dar salida a una suerte de panonirismo, a la
realización colectiva de un Gran Sueño. De modo que al huir
de las fábricas en que son esclavos de la máquina, entrarán
en el reino ilusorio creado por otras máquinas: por rotativas, radios
y proyectores.
He ahí el fin del hombre renacentista. La máquina
y la ciencia que había lanzado sobre el mundo exterior, para dominarlo
y conquistarlo, ahora se vuelven contra él, dominándolo conquistándolo
como a un objeto más. Ciencia y máquina se fueron alejando
hacia un olimpo matemático, dejando solo y desamparado al hombre
que les había dado vida. Triángulos y acero, logaritmos y
electricidad, sinusoides y energía atómica, unidos a las
formas más misteriosas y demoníacas del dinero, constituyeron
finalmente el Gran Engranaje, del que los seres humanos acabaron por ser
oscuras e impotentes piezas.
Hasta que estalla la guerra, que el hombre-cosa espera con
ansiedad, porque imagina la gran liberación de la rutina. Pero una
vez más serán juguetes de una horrenda paradoja, porque la
guerra moderna es otra empresa mecanizada. Desde la fábrica en que
ejecuta un movimiento-tipo, o desde su anónimo puesto de burócrata
en que maneja expedientes, o desde el fondo de un laboratorio en que como
modesto empleado kafkiano pasa la vida midiendo placas espectrográficas
y apilando millares de números indiferentes, el hombre-cosa es incorporado
con un número a un escuadrón, una compañía,
un regimiento, una división y un ejército también
numerados. Y en el que un Estado Mayor, tan invisible como el Tribunal
del proceso kafkiano, mueve las piezas de un monstruoso ajedrez, mediante
la ayuda de mapas matemáticos, telémetros y relieves aerofotogramétricos.
Guiado por teléfonos y radios, el hombre-cosa avanzará
hacia posiciones marcadas con letras y números.Y cuando muere por
obra de una bala anónima es enterrado en un cementerio geométrico.
Uno de entre todos es llevado a una tumba simbólica que recibe el
significativo nombre de Tumba del Soldado Desconocido.
Que es como decir: Tumba del Hombre-Cosa.